Blog sobre Historia de España e Hispanoamérica; grupo 7
viernes, 21 de diciembre de 2012
LA RESTAURACIÓN
La Restauración abarca desde el 29 de diciembre de
1874, fecha del triunfo monárquico a favor de Alfonso XII en Sagunto, hasta
septiembre de 1923 con el acceso al gobierno, por medio del golpe de estado, de
Miguel Primo de Rivera. En este período la política gravita en torno al sistema
canovista. Cánovas del Castillo, creador de la Unión Liberal fue a quien Isabel
II asignó para liderar el partido Alfonsino, durante el Sexenio revolucionario.
Una vez logrado su objetivo concibe un nuevo sistema político inspirado en el
modelo británico. Así, la Monarquía parlamentaria bicameral y el bipartidismo,
acaban con el sistema unipartidista. En 1876 se aprueba la Constitución.
martes, 4 de diciembre de 2012
ÚNICA CONTRIBUCIÓN Y CATASTRO DEL MARQUÉS DE LA ENSENADA
La intención del
marqués de la Ensenada con su proyecto de Catastro era simplificar las rentas
provinciales y sustituirlas por una Única Contribución que estuviera en proporción
a lo que cada uno tenía, con esto se evitaría que la imposición recayera
únicamente en el pueblo llano, librándose la nobleza y el clero.
El marqués de la Ensenada
En España se realizarán tres catastros a lo largo del siglo
XVIII:
1) El catastro de Patiño, en Cataluña (1715-1716).
2) El catastro de Ensenada, en los reinos de Castilla y León (1749-1757)
aunque nunca llegó a llevarse a cabo.
3) La Planimetría General de Madrid (1749-1752), en la capital.
Para averiguar lo que tenía cada
uno, era preciso investigar los bienes de todos los vasallos, incluidos los
nobles y los eclesiásticos.
En lo relativo a la
riqueza averiguada, ésta se organizaría en dos ramos: el de lo real (bienes
y derechos) y el de lo industrial-comercial (utilidad o lucro derivados
de la actuación profesional, fuese de tipo artesanal, liberal o comercial).
El
Catastro, pues, eran las declaraciones de bienes de los titulares, que eran
comprobadas por la Administración con ayuda de peritos y técnicos, constitución
de los libros donde se registraba todo, cálculo de valor fiscal de esos bienes
y establecimiento de los estadillos de resumen de cada pueblo y de cada
provincia. Todo esto para calcular las rentas locales, provinciales (consistentes
en alcabalas, millones, cientos, etc.) y la del Reino.
Para
ello se crea la Real Junta de la Única Contribución, con sede en Madrid, en el
palacio del Buen Retiro, que dependía del Rey y
estaba formada por miembros de los Consejos e Intendentes provinciales
(posteriormente formarán parte de Contadurías Provinciales), que tenían a su
vez oficiales a su cargo para que confeccionaran los libros en los que se registraban
los asientos, como garante público estaba el escribano. También intervenían
geómetras que medían el término, agrimensores que verificaban los datos de
cabida de tierras y casas, asesores jurídicos y alguaciles. Para eludir las
suspicacias del Clero, se pone al frente al Inquisidor General. Su
secretario Bartolomé Sánchez de Valencia, que había dirigido la operación
piloto en Guadalajara, es el alma de todo el proceso. También es fundamental el
marqués de Puertonuevo, que actuó de analista, consultor y asesor. Todo
ello a cuenta del Erario Real.
Aunque
el marqués de la Ensenada cayó en 1754, el proyecto continuó, y en 1756 el
trabajo ya estaba prácticamente terminado, con excepción de Murcia y de Madrid,
esta última debido a que las élites intentaron ocultar sus bienes.
Páginas del Catastro
Incluso
se obtuvo el Breve del Papa Benedicto XIV autorizando la aplicación de la Única
Contribución a los bienes eclesiásticos.
Pero
tienen lugar una serie de hechos que impidieron que el proyecto llegara a
ponerse en marcha: la muerte de Bartolomé Sánchez de Valencia y la inacción de
la Administración por la depresión del Rey Fernando VI tras la muerte de su
esposa.
Aunque
en tiempos de Carlos III se intenta poner otra vez en marcha, acabará por
abandonarse en 1779.
El
proyecto costó cinco años de esfuerzo y 40 millones de reales, trabajaron en
ello más de 6000 hombres, los peritos fueron más de 90.000 fueron registradas
más de 7 millones de personas. Fue un trabajo exhaustivo sobre el terreno y
sobre los archivos.
En resumen: el
catastro era una pieza fundamental de modernización, que servía para superar el
déficit crónico de las haciendas estatales, conseguir la equidad fiscal entre
estamentos (clase sociales) y territorios dentro de un mismo Estado, y como
instrumento para conocer el territorio de modo que sirviera para mejorar en el
futuro infraestructuras y modernizar la agricultura y la industria
Referencias bibliográficas
-CAMARERO-BULLÓN, Concepción. “El
catastro en España en el siglo XVIII” en www.eurocadastre.org (visitado el 28 de
noviembre 2012).
DÍAZ LÓPEZ, Julián. “La Única
Contribución como objetivo de la política ilustrada. La realización del
Catastro de Ensenada en el Valle del Andarax”. Boletín del Instituto de
Estudios Almerienses, 14 (1995), pp. 19-41.
-LORENZO CADARSO, Pedro Luis.
“Proyecto de la Única Contribución en Zaragoza: el censo de 1733-1734 como
fuente para la historia económica y social”. BROCAR, 28 (2004), pp.
195-214.
AUTOR: MIGUEL P.
AUTOR: MIGUEL P.
martes, 27 de noviembre de 2012
PAPEL POLÍTICO DE LAS CORTES DE ARAGÓN
Las Cortes aragonesas estaban constituidas por cuatro brazos: la alta nobleza, la baja nobleza, el clero y las universidades (municipios).
El rey se apoyaba en las Cortes, y estas, a su vez, limitaban el poder real, produciéndose un equilibrio entre rey y reino por medio de la ley.
Para comprender esto, debemos acudir a los míticos Fueros de Sobrarbe, por lo cuales los futuros reyes aragoneses estaban obligados a prestar el siguiente juramento:
“Nos, que valemos tanto como Vos, que no valéis más que Nos, os juramos como Príncipe y heredero de nuestro Reino con la condición de que conservéis nuestras leyes y nuestra libertad, y haciéndolo Vos de otra manera. Nos no os juramos”.
En época de los Austrias, Aragón continuó con sus propias instituciones y sus propias peculiaridades sociales y económicas, existiendo una relación contractual entre la monarquía y el reino que estaba encarnada en los fueros, aunque el poder fue decantándose más en el rey que en el reino En 1591 se produjo una profunda tensión por las denominadas “alteraciones de Zaragoza”, ya que los organismos políticos no eran capaces de solucionar los problemas que se producían en Aragón. Los aragoneses estaban divididos.
Las Cortes se reunieron en Tarazona en 1592, presididas por el arzobispo de Zaragoza, Andrés Cabrera y Bobadilla, y al morir éste, le sustituyó Juan Campi, regente del Consejo Supremo de Aragón. Como resultado se produjeron los siguientes cambios: fin de la ley de unanimidad de individuos y estamentos, se pusieron límites a la presentación de agravios, la Guardia del Reino quedó a disposición del presidente de la audiencia Real, el Justicia de Aragón se declaró revocable a voluntad del rey, se prohibió a los diputados convocar sin permiso del rey a los municipios o particulares, se abolió la libertad de imprenta, el rey podía designar al virrey hasta las siguientes Cortes. Además el servicio al monarca se elevó a 700.000 libras, obligando a los diputados a vender títulos de deuda pública (censales). También se modificaron los “reglamentos” de las Cortes. A pesar de todo mantuvo su identidad foral. La Diputación del Reino realizó una campaña para estimular obras eruditas en las que se corrigieran los errores históricos que perjudicaban a la imagen de Aragón y su proyección hacia el exterior.
Durante la época de Felipe II tampoco llegaron a convocarse Cortes, aunque no fue por llevar el monarca una política contraria al ordenamiento jurídico autóctono, sino el caso omiso que la Corte hacía a las inquietudes aragonesas era lo que provocaba el descontento.
Aunque en época de Felipe III las Cortes no se reunieron, sí se celebraron Juntas o Congregaciones de Brazos.
Felipe IV, a partir del proyecto de la Unión de Armas que había planeado el conde-duque de Olivares en el 1625, impulsó una política renovadora y centralizadora. El primer intento para aplicar lar directrices de la nueva política gubernamental será la convocatoria de las cortes de Barbastro, finalizadas en Calatayud en 1626 y que tuvo como resultado que las universidades (municipios) se opusieran a la desmesurada contribución, ya que los aragoneses se encontraban en una situación económica desesperada. Pero las Cortes se habían comprometido a pagar 144.000 libras jaquesas anuales durante quince años, además de lo que les requiriese la monarquía para los conflictos armados. Los estamentos del reino en las Juntas de Zaragoza de 1634, se habían negado a contribuir alegando los acuerdos y condiciones de las últimas Cortes. En 1635 se declaró la guerra entre la monarquía francesa y española, con el consiguiente peligro de invasión. Pero los aragoneses no se comprometieron a contribuir nada de lo que no estuviera establecido por los acuerdos de 1626. La monarquía hispánica también se enfrentaba a una situación internacional complicada, por un lado estaban las maniobras de la cancillería francesa, por otro el agravamiento en los asuntos del principado catalán, ambas cuestiones otorgaron a Aragón un papel estratégico.
En septiembre de 1640 las instituciones aragonesas mediaron diplomáticamente entre las partes, pero sus esfuerzos fueron infructuosos, ya que Aragón no podía evitar inclinarse más hacia la parte catalana que hacia Felipe IV. La monarquía se encontró con problemas en las cortes de Castilla, con la revolución de Pau Claris en Cataluña y con las cortes de Lisboa en las que Joao IV fue proclamado rey de Portugal. Además estaba Navarra que había solicitado celebrar cortes en 1641. El marqués de los Vélez entró en Tortosa con su numeroso ejército. Los franceses entraron, por su parte, en el Rosellón. Esto hace que se alteren las negociaciones. El que los catalanes se inclinaran hacia los franceses provocó que los aragoneses se distanciasen de ellos.
El virrey de Aragón apremió para que los representantes aragoneses adoptaran una postura. Los diputados consultaron a los abogados del reino para conocer como podían defender la Monarquía sin menoscabo de sus derechos forales. El virrey consintió derogar la prohibición del fuero de Tarazona de 1592, se consultó a la Corte del Justicia de Aragón, mientras que proseguían las negociaciones diplomáticas entre las instituciones aragonesas y los consellers de Barcelona y los diputats de Cataluña. Pero los catalanes intentaron convencer a los aragoneses de que libraran de Castilla para así conservar sus privilegios. Al final Aragón se avino a aportar hombres y dinero al ejército de la Monarquía. Mientras tanto los franceses avanzaban en Cataluña y amenazaban invadir Aragón. El ejército franco-catalán se dedicó al saqueo y pillaje.
Felipe IV convirtió Zaragoza en corte y plaza de armas. Se perdió Perpiñán y el Rosellón. Ante tal difícil situación, el monarca tuvo que demandar más ayuda y Aragón aceptó. El propio Justicia de Aragón publicó un bando en el que animaba a salir a socorrer la frontera. Cuando el ejército de Felipe IV venció en Urgel, los aragoneses se sintieron animados y la Junta de los cuatro estados prorrogó las sisas (impuestos sobre el consumo) del servicio.
En 1646 volvieron a convocarse las Cortes para intentar resolver los muchos problemas que no terminaban de resolverse.
De 1677 a 1702, en tiempos de Carlos II, tiene lugar una reactivación parlamentaria. Los que estaban a favor del proteccionismo se enfrentan a los que defienden el libre comercio, pero para resolverlo era necesario que se reunieran las Cortes, en ello jugó un papel importante D. Juan José de Austria. El nuevo funcionamiento de las Cortes pretendía dar un gran impulso a la industria aragonesa frente a la francesa. Por otro lado ya no existían las antiguas tensiones con la monarquía. Las Cortes se reunieron en 1684 y se estimuló la liberalización del comercio.
La última vez que se reunieron fue en 1702, fueron presididas por la reina María Luisa de Saboya, se prorrogaron los Fueros y actos de Cortes temporales y donaron a la reina 800.000 reales. En el XVIII las Cortes de Aragón desparecen, ya que una parte de los aragoneses habían apoyado al archiduque Carlos en la Guerra de Sucesión. Los decretos de Nueva Planta abolieron los Fueros en su vertiente pública.
Referencias bibliográficas:
- ARREGUI LUCEA, Luis Felipe. “La curia y las Cortes en Aragón”. Revista de Ciencias Sociales del Instituto de Estudios Altoaragoneses, 13 (1953), pp. 1-36.
-COLÁS LATORRE, G. Y SALAS AUSÉNS, J. A. “Las Cortes aragonesas de 1626. El voto del servicio y su pago”. Estudios del Departamento de Historia Moderna, 4 (1975), pp. 87-139.
-CORONA MARZOL, Carmen. “Origen i evolució de les institucions polítiques a la Corona d’Aragó” en Història de la Corona d’Aragó. Ernest Belenguer Cebrià (coor.). Barcelona, 2007, pp. 73-94.
GIESEY, R. A. If not, not. The Oath of the Aragonese and the legendary laws of Sobrarbe. New Jersey: Princeton, 1968.
-GIL PUJOL. Francisco Xabier. De las alteraciones a la estabilidad Corona, Fueros y Política en el reino de Aragón, 1585-1648 (Tesis Doctoral) Barcelona, 1988. Un resumen de su Tesis Doctoral en Pedralbes, 10 (1990), pp. 217-224.
-GIL PUJOL, Francisco Xabier. “Las Cortes de Aragón en la Edad Moderna: comparación y revaluación”. Revista de las Cortes Generales, 22 (1991), pp. 79-122.
-GIL PUJOL, Francisco Xabier. “Parliamentary life in the Crown of Aragon Cortes, Juntas de Brazos, and other Corporative Bodies”. Journal of early modern history, V-7, 4 (2003), pp. 362-394.
-LALINDE ABADÍA, J. Los Fueros de Aragón. Zaragoza: Librería General, 1978.
-SOLANO CAMON, Enrique; SANZ CAMANES, Porfirio. “La monarquía hispánica y el reino de Aragón en tiempos de crisis. La década de 1640”. Cuadernos de Historia de España, 76 (2000), pp. 239-254.
-www.enciclopedia-aragonesa.com/voz.asp?voz_id=4319 (visitado 14/11/2012)
AUTOR: Sergio
“Nos, que valemos tanto como Vos, que no valéis más que Nos, os juramos como Príncipe y heredero de nuestro Reino con la condición de que conservéis nuestras leyes y nuestra libertad, y haciéndolo Vos de otra manera. Nos no os juramos”.
Monumento a los míticos Fueros de Sobrarbe
En época de los Austrias, Aragón continuó con sus propias instituciones y sus propias peculiaridades sociales y económicas, existiendo una relación contractual entre la monarquía y el reino que estaba encarnada en los fueros, aunque el poder fue decantándose más en el rey que en el reino En 1591 se produjo una profunda tensión por las denominadas “alteraciones de Zaragoza”, ya que los organismos políticos no eran capaces de solucionar los problemas que se producían en Aragón. Los aragoneses estaban divididos.
Las Cortes se reunieron en Tarazona en 1592, presididas por el arzobispo de Zaragoza, Andrés Cabrera y Bobadilla, y al morir éste, le sustituyó Juan Campi, regente del Consejo Supremo de Aragón. Como resultado se produjeron los siguientes cambios: fin de la ley de unanimidad de individuos y estamentos, se pusieron límites a la presentación de agravios, la Guardia del Reino quedó a disposición del presidente de la audiencia Real, el Justicia de Aragón se declaró revocable a voluntad del rey, se prohibió a los diputados convocar sin permiso del rey a los municipios o particulares, se abolió la libertad de imprenta, el rey podía designar al virrey hasta las siguientes Cortes. Además el servicio al monarca se elevó a 700.000 libras, obligando a los diputados a vender títulos de deuda pública (censales). También se modificaron los “reglamentos” de las Cortes. A pesar de todo mantuvo su identidad foral. La Diputación del Reino realizó una campaña para estimular obras eruditas en las que se corrigieran los errores históricos que perjudicaban a la imagen de Aragón y su proyección hacia el exterior.
Durante la época de Felipe II tampoco llegaron a convocarse Cortes, aunque no fue por llevar el monarca una política contraria al ordenamiento jurídico autóctono, sino el caso omiso que la Corte hacía a las inquietudes aragonesas era lo que provocaba el descontento.
Aunque en época de Felipe III las Cortes no se reunieron, sí se celebraron Juntas o Congregaciones de Brazos.
Felipe IV, a partir del proyecto de la Unión de Armas que había planeado el conde-duque de Olivares en el 1625, impulsó una política renovadora y centralizadora. El primer intento para aplicar lar directrices de la nueva política gubernamental será la convocatoria de las cortes de Barbastro, finalizadas en Calatayud en 1626 y que tuvo como resultado que las universidades (municipios) se opusieran a la desmesurada contribución, ya que los aragoneses se encontraban en una situación económica desesperada. Pero las Cortes se habían comprometido a pagar 144.000 libras jaquesas anuales durante quince años, además de lo que les requiriese la monarquía para los conflictos armados. Los estamentos del reino en las Juntas de Zaragoza de 1634, se habían negado a contribuir alegando los acuerdos y condiciones de las últimas Cortes. En 1635 se declaró la guerra entre la monarquía francesa y española, con el consiguiente peligro de invasión. Pero los aragoneses no se comprometieron a contribuir nada de lo que no estuviera establecido por los acuerdos de 1626. La monarquía hispánica también se enfrentaba a una situación internacional complicada, por un lado estaban las maniobras de la cancillería francesa, por otro el agravamiento en los asuntos del principado catalán, ambas cuestiones otorgaron a Aragón un papel estratégico.
En septiembre de 1640 las instituciones aragonesas mediaron diplomáticamente entre las partes, pero sus esfuerzos fueron infructuosos, ya que Aragón no podía evitar inclinarse más hacia la parte catalana que hacia Felipe IV. La monarquía se encontró con problemas en las cortes de Castilla, con la revolución de Pau Claris en Cataluña y con las cortes de Lisboa en las que Joao IV fue proclamado rey de Portugal. Además estaba Navarra que había solicitado celebrar cortes en 1641. El marqués de los Vélez entró en Tortosa con su numeroso ejército. Los franceses entraron, por su parte, en el Rosellón. Esto hace que se alteren las negociaciones. El que los catalanes se inclinaran hacia los franceses provocó que los aragoneses se distanciasen de ellos.
Pau Claris
El virrey de Aragón apremió para que los representantes aragoneses adoptaran una postura. Los diputados consultaron a los abogados del reino para conocer como podían defender la Monarquía sin menoscabo de sus derechos forales. El virrey consintió derogar la prohibición del fuero de Tarazona de 1592, se consultó a la Corte del Justicia de Aragón, mientras que proseguían las negociaciones diplomáticas entre las instituciones aragonesas y los consellers de Barcelona y los diputats de Cataluña. Pero los catalanes intentaron convencer a los aragoneses de que libraran de Castilla para así conservar sus privilegios. Al final Aragón se avino a aportar hombres y dinero al ejército de la Monarquía. Mientras tanto los franceses avanzaban en Cataluña y amenazaban invadir Aragón. El ejército franco-catalán se dedicó al saqueo y pillaje.
Felipe IV convirtió Zaragoza en corte y plaza de armas. Se perdió Perpiñán y el Rosellón. Ante tal difícil situación, el monarca tuvo que demandar más ayuda y Aragón aceptó. El propio Justicia de Aragón publicó un bando en el que animaba a salir a socorrer la frontera. Cuando el ejército de Felipe IV venció en Urgel, los aragoneses se sintieron animados y la Junta de los cuatro estados prorrogó las sisas (impuestos sobre el consumo) del servicio.
En 1646 volvieron a convocarse las Cortes para intentar resolver los muchos problemas que no terminaban de resolverse.
De 1677 a 1702, en tiempos de Carlos II, tiene lugar una reactivación parlamentaria. Los que estaban a favor del proteccionismo se enfrentan a los que defienden el libre comercio, pero para resolverlo era necesario que se reunieran las Cortes, en ello jugó un papel importante D. Juan José de Austria. El nuevo funcionamiento de las Cortes pretendía dar un gran impulso a la industria aragonesa frente a la francesa. Por otro lado ya no existían las antiguas tensiones con la monarquía. Las Cortes se reunieron en 1684 y se estimuló la liberalización del comercio.
La última vez que se reunieron fue en 1702, fueron presididas por la reina María Luisa de Saboya, se prorrogaron los Fueros y actos de Cortes temporales y donaron a la reina 800.000 reales. En el XVIII las Cortes de Aragón desparecen, ya que una parte de los aragoneses habían apoyado al archiduque Carlos en la Guerra de Sucesión. Los decretos de Nueva Planta abolieron los Fueros en su vertiente pública.
Referencias bibliográficas:
- ARREGUI LUCEA, Luis Felipe. “La curia y las Cortes en Aragón”. Revista de Ciencias Sociales del Instituto de Estudios Altoaragoneses, 13 (1953), pp. 1-36.
-COLÁS LATORRE, G. Y SALAS AUSÉNS, J. A. “Las Cortes aragonesas de 1626. El voto del servicio y su pago”. Estudios del Departamento de Historia Moderna, 4 (1975), pp. 87-139.
-CORONA MARZOL, Carmen. “Origen i evolució de les institucions polítiques a la Corona d’Aragó” en Història de la Corona d’Aragó. Ernest Belenguer Cebrià (coor.). Barcelona, 2007, pp. 73-94.
GIESEY, R. A. If not, not. The Oath of the Aragonese and the legendary laws of Sobrarbe. New Jersey: Princeton, 1968.
-GIL PUJOL. Francisco Xabier. De las alteraciones a la estabilidad Corona, Fueros y Política en el reino de Aragón, 1585-1648 (Tesis Doctoral) Barcelona, 1988. Un resumen de su Tesis Doctoral en Pedralbes, 10 (1990), pp. 217-224.
-GIL PUJOL, Francisco Xabier. “Las Cortes de Aragón en la Edad Moderna: comparación y revaluación”. Revista de las Cortes Generales, 22 (1991), pp. 79-122.
-GIL PUJOL, Francisco Xabier. “Parliamentary life in the Crown of Aragon Cortes, Juntas de Brazos, and other Corporative Bodies”. Journal of early modern history, V-7, 4 (2003), pp. 362-394.
-LALINDE ABADÍA, J. Los Fueros de Aragón. Zaragoza: Librería General, 1978.
-SOLANO CAMON, Enrique; SANZ CAMANES, Porfirio. “La monarquía hispánica y el reino de Aragón en tiempos de crisis. La década de 1640”. Cuadernos de Historia de España, 76 (2000), pp. 239-254.
-www.enciclopedia-aragonesa.com/voz.asp?voz_id=4319 (visitado 14/11/2012)
AUTOR: Sergio
viernes, 9 de noviembre de 2012
¿QUIEN FUE MANUEL DE LIRA?
D. Manuel Francisco de Lira y Castillo siguió la carrera
militar, hasta que el rey demandó su presencia para ejercer tareas diplomáticas
en Holanda.
A
mediados del XVII La Haya era el centro de la actividad diplomática en
Europa. En 1671, Manuel de Lira, apoyado por Pedro de Aragón, el Duque de
Osuna, el Duque de Alba y el Duque de Medinaceli, sustituyó al embajador D.
Esteban Gambarra en su cargo.
Manuel de
Lira era un diplomático de primer orden, con amplios conocimientos sobre la
hacienda y la defensa. Fue Ministro de la corte de España en la República de
Holanda, donde residía en 1672. A finales de ese año firmó la Liga de Augsburgo
contra Luis XIV de Francia.
En
agosto de 1673 asistió en calidad de Enviado extraordinario de España a la
Alianza con los Estados Generales de las Provincias Unidas que se celebró en La
Haya.
Su estancia
en Flandes le hizo admirar la laboriosidad y organización de los holandeses,
tal y como podemos leer en un memorial dirigido al rey en el que decía:
“Sería de desear que todos los
soberanos y sus ministros fuesen a Holanda a tener su noviciado. Allí verían la
dulzura de su gobierno empleado únicamente en la felicidad de los habitantes,
en la observancia de sus leyes y costumbres, en el fomento de la virtud, de las
manufacturas, del tráfico y del comercio”.
En 1677 fue nombrado caballero de Santiago.
Al morir D. Bartolomé de Legasa, volvió a España en 1679 y
el rey Carlos II le nombró su Secretario de Estado en Italia. Fue también Secretario del
Despacho Universal de Estado en 1690.
Carlos II
Acompañó al rey Carlos II en su viaje a Valladolid para
recibir a la reina Dña. Mariana de Baviera y Neoburg.
Dña.
Mariana era intrigante y ambiciosa y comenzó a ejercer su influencia sobre el
Rey. La reina y sus partidarios comenzaron a intrigar contra el Conde de Oropesa,
que era presidente del Consejo de
Castilla y primer ministro del Rey, y contra su mano derecha, don Manuel de
Lira. Esto, unido a que el marqués de Gastañaga, amigo de Manuel de Lira, tuvo
ciertas discrepancias sobre el Gobierno de Flandes, empujó a éste a escribir
una carta al rey en la que explicaba que había servido al rey durante cuarenta
años en perjuicio de su hacienda y su salud, teniendo que renunciar a su vocación
militar para dedicarse a la diplomacia y a la política. Finalmente le rogaba
que aceptara su renuncia:
“Señor:
quarenta años he servido á V.M. con desperdicio de mi hacienda y de mi sangre.
Sacóseme de la profesión Militar á la política de las Embaxadas, y de ésta á la
del Ministerio en los empleos de Secretario de Estado y del Despacho Universal,
en que he continuado con el zelo y desinterés, de que tengo en V.M. mismo el
mas auténtico y mas autorizado testimonio. De resultas de mis heridas me ha
faltado enteramente la vista; aumentándoseme otros accidentes ya habituales y
repetidos, que necesitan de larga y dudosa curación; no es culpa, sino mérito,
mi propia inutilidad, que me obliga con violencia á representar á V.M. con
respeto y dolor profundo, para no quedar con el cargo de querer proseguir en
los que por falta de mi salud no soy ya capaz de exercer, que es la última
fineza que en servicio de V.M. puede dar de sí mi obligación y mi obsequioso
reconocimiento. Espero de la suma justificación y grandeza de V.M. que reciba
benignamente este sacrificio de mi amor y fidelidad, doliéndose del estado en
que quedo, cargado de servicios, obligaciones y de accidentes. N.Sr. guarde la
C.R. persona de V.M.,&c”.
El rey admitió la dimisión,
otorgándole una plaza en el Consejo y Cámara de las Indias y otros beneficios, que disfrutó brevemente
ya que murió al poco tiempo.
Manuel de Lira fue un magnífico
diplomático, inteligente, consciente de las limitaciones económicas de España,
y pendiente en todo momento de salvaguardar la seguridad española.
Referencias
bibliográficas:
Abreu y Bertodano, Joseph de Antonio de. Colección de los tratados de
paz de España. Reynado de Carlos II. Parte II. Madrid: Antonio Marín, Juan
de Zúñiga y Vda de Peralta, 1752, p. 399.
Álvarez y Baena, Joseph
Antonio. Hijos de Madrid: ilustres en santidad, dignidades, armas, ciencias
y artes; diccionario histórico por el orden alfabético de sus nombres, que
consagra al Illmo. Y nobilísimo Ayuntamiento de la Imperial y Coronada Villa de
Madrid. Vol. IV. Madrid: Benito Cano, 1796, pp. 7-10
Gardiner Davenport, Frances. European Treaties
Bearing on the History of the United States and Its Dependencies to 1648.
Washington: Carnegie Institutio of Washington, 1917-1937, reed. The Lawbook
Exchange, Ltd, 2012.
Herrero Sánchez, Manuel. “Las Provincias Unidas y la Guerra de
Sucesión Española” Pedralbes, 22 (2002), pp. 131-152
Léonardon,
Henri. “Relation du voyage fait en 1679 au-devant et à la suite de la reine
Marie-Louse d´Orléans, femme de Charles II” en Bulletin Hispanique Vol.
4, Nº 4-3, Burdeos: Feret & Fils, 1902, pp. 247-255.
Nueva Enciclopedia Larousse, 2ª ed. 1982, tomo 12, p. 5854.
Príncipe
Adalberto de Baviera y Gabriel Maura Gamazo. Documentos inéditos referentes
a las postrimerías de la casa de Austria en España. Madrid: Real Academia
de la Historia. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2004.
Salinas, David. “La diplomacia española a través de los embajadores en La
Haya (1665-1700). Bulletin Hispanique (1988), Vol. 90, nº 90-3-4, pp.
363-373.
Sempere y Guarinos, Juan. “Representación de don Manuel de Lira
sobre comercio y finanzas de España”. Biblioteca española económico-política,Tomo
IV, Madrid, 1921.
AUTORA: BELÉN HOLGADO
EL
FINAL DE LA HEGEMONÍA DE FELIPE IV (1621-1665)
Su
programa de reformas se refleja en el Gran Memorial de 1624, que era un escrito
dirigido al rey o a sus instituciones en el que se proponían los cambios
necesarios, y abarcaba cuestiones sociales, económicas y de organización de los
reinos. Para ello había que tomar una serie de medidas, como era el aumentar el
poder del rey y acercar a los otros reinos al “estilo y leyes de Castilla”.
Esto es muy importante, ya que por primera vez se pensaba en crear un reino
unido y sin aduanas.
No se puede
entender el reinado de Felipe IV sin tener en cuenta la influencia del
conde-duque de Olivares, valido durante el periodo que va de 1621 a 1643.
El conde-duque de
Olivares era considerado por el rey como su más fiel amigo y consejero. Era un
hombre muy culto, ambicioso, y con una enorme capacidad de trabajo. Sus ideas
principales fueron el conseguir que los Austrias recuperaran el prestigio
perdido y la puesta en marcha de una serie de reformas tendentes a lograr una
monarquía más igualitaria entre unos reinos y otros.
Conde-Duque de Olivares
También intentó
poner e práctica la Unión de Armas para mejorar la capacidad militar, así el
rey no tendría que contar con la aprobación de las diferentes cortes para tener
hombres y dinero.
Pero los reinos
no castellanos se opusieron, por lo que se retiró el proyecto.
El reinado de
Felipe IV coincidió con la terrible guerra de los Treinta Años, cuyos motivos
fueron religiosos, políticos y dinásticos.
La monarquía hispánica combatió contra los
levantiscos flamencos y, hasta 1627, se sucedieron las victorias, produciéndose
la célebre toma de Breda.
En 1625 entró en guerra la protestante
Dinamarca y, en 1630, también lo hizo Suecia.
Francia intervino a favor de los enemigos
de Felipe IV, ya que temía el poderío de la monarquía hispánica. La región
italiana del Monferrato cayó en manos francesas, por lo que comenzaron las
hostilidades contra Francia, Venecia y el Papado.
Felipe IV
En 1627 se declara la bancarrota. Los
genoveses, antiguos prestamistas de la corona, ven peligrar su posición ante el
avance de los banqueros portugueses, judíos
conversos que tenían ramificaciones familiares por toda Europa.
En 1634 el cardenal-infante Fernando de
Austria, hermano de Felipe IV y gobernador de Flandes, consigue la victoria de
Nördlingen.
Cuando Francia declara la guerra, la
monarquía hispánica estaba exhausta después de tantos años de contienda en los
diferentes frentes.
En 1648 finaliza la Guerra de los Treinta
Años con la Paz de Westfalia, con ella termina una Europa católica unida. A
partir de este momento la monarquía hispánica se convierte en una potencia más.
Como Francia no reconoció el acuerdo,
continuó la guerra hasta que en 1659 se firmó la Paz de los Pirineos. En la
misma se convino el matrimonio entre la hija de Felipe IV, Mª Teresa de
Austria, y el rey Luis XIV de Borbón.
Desde el punto de vista interno, también
se produjeron revueltas en Cataluña, Andalucía, Nápoles y Portugal, ya que se
oponían a pagar los altos tributos.
En Cataluña llegaron a declararse independientes
y ponerse bajo la protección de Luis XIII de Francia, éste aprovechó la ocasión
y se autoproclamó Luis I de Cataluña.
Pero Francia también tenía sus propias
luchas internas, así que Felipe IV formó un ejército al mando de Juan José de
Austria y Cataluña volvió al seno de la monarquía hispánica.
Los portugueses se sublevaron porque la
corona era incapaz de proteger a los mercantes portugueses de los ataques
holandeses en las colonias, además veían que eran desplazados de los puestos de
responsabilidad.
En 1640 asesinaron a Miguel de Vasconcelos,
y el duque de Bragança, Don Juan, pasa a ser Juan IV.
Aunque en 1660 se intentó recuperar
Portugal, ya era imposible, porque ésta había estrechado lazos con Inglaterra
para obtener protección a cambio de ventajas comerciales en sus colonias.
La guerra con Portugal terminó en 1668 con
el Tratado de Lisboa.
En Andalucía el duque de Medina Sidonia,
nieto del duque de Lerma y cuñado de Juan IV de Portugal, reunió a varios
nobles andaluces y conspiraron contra el conde duque de Olivares, pero fueron
descubiertos y castigados.
En Nápoles, en 1647 se produjo la revuelta
de Masaniello motivada por el alza de impuestos y el hambre.
Durante el denominado segundo reinado de
Felipe IV se produjo la caída de Olivares, la Paz de Westfalia y el compromiso
con Francia de 1659. Luis de Haro se convirtió en nuevo valido junto con María
Coronel, también llamada Sor María de Agreda. Aconsejó que se adoptaran las
medidas de austeridad y que se combatiera la corrupción. Pero continuaban las guerras
y la situación económica era desastrosa.
El rey perdió el afecto del pueblo.
En 1665 murió Felipe IV.
Referencia bibliográfica
Alonso García, David. La breve historia de Los Austrias. Madrid: Nowtilus, 2009, pp. 147-177.
AUTOR: CESAR MALO
Alonso García, David. La breve historia de Los Austrias. Madrid: Nowtilus, 2009, pp. 147-177.
AUTOR: CESAR MALO
domingo, 28 de octubre de 2012
LA REBELIÓN DE LOS PAÍSES BAJOS Y LA GUERRA DE LOS 80 AÑOS
Descripción
Nos
encontramos en 1560, los Países Bajos, compuestos por 17 provincias federadas que
tenía una boyante burguesía, se encuentran bajo la regencia de Margarita de
Parma, hermana bastarda de Felipe II.
Felipe
II es considerado un rey extranjero, ni siquiera es capaz de
pronunciar su discurso ante los Estados Generales en el idioma de la tierra, y hubo
de dejarlo a cargo de Granvela.
Ciertos nobles, comerciantes y marinos se sienten discriminados por
los españoles, la regente les llama “limosneros”, y ellos se autoproclaman,
irónicamente, “mendigos”.
El calvinismo, muy acorde con el capitalismo, adquiere un gran
predicamento entre los burgueses y comerciantes de la zona norte, que se
resistían a pagar los impuestos a la corona.
La
guerra
En 1566 la pequeña nobleza presenta
a la regente el Compromiso de Breda para que la Inquisición fuera abolida.
En verano del mismo año se producen
disturbios cuando los calvinistas asaltan iglesias y destruyen imágenes, así
que Felipe II decide enviar al duque de Alba para reprimir a los rebeldes. Pero
antes de que llegue, la regente consigue apaciguar la zona y envía mensaje a su
hermanastro para decirle que no es necesaria la presencia del Duque de Alba.
El gobernador de Brabante y Artois, Conde Egmont, general católico
flamenco al servicio de Felipe II que había ayudado a derrotar a los franceses
en la Batalla de San Quintín, viaja a Madrid para
convencer a Felipe II de que debe ser más tolerante con los protestantes, pero
fracasa.
El Duque de Alba a pesar de la solicitud de la regente, crea el Tribunal
de los Tumultos (o de la sangre, según los flamencos) cita a los nobles flamencos con la excusa de
informarles sobre las órdenes del rey, entonces detiene al general Egmont y a Horn y los decapita en la Gran Plaza de Bruselas junto a algunos hugonotes.
El príncipe Guillermo de Orange financia desde Alemania a los
llamados “Mendigos del mar”, mercenarios alemanes y, en 1568 estalla la que se
ha denominado “La Guerra de 80 Años”, cuyo inicio tiene lugar en la batalla de
Heiligerlee (Holanda), en la que las tropas de Luis de Nassau, hermano de
Guillermo de Orange, vencen a las tropas españolas.
Batalla
de Heiligerlee
Durante los años siguientes
Luis de Requesens, Juan de Austria y Alejandro Farnesio fracasan en el
intento de mantener Flandes bajo dominio español.
Cuando Felipe II muere, deja como herederos de los Países Bajos a su hija Isabel Clara
Eugenia y a Alberto de Austria, aunque se limitaba al
sur católico, (actual Bélgica).
Felipe III firma en 1609 la Tregua de los Doce años con los holandeses.
En 1639 se produce la derrota de la armada española en
la batalla de las Dunas.
Geoffrey Parker escribe que “El no haber conseguido mantener una
flota en el mar del Norte fue decisivo para los intentos españoles de dominar
la rebelión de las provincias marítimas de los Países Bajos, ya que en el
transcurso del siglo XVI diversos cambios e innovaciones profundas en la
organización militar de Europa y en los métodos militares hicieron que fuera
cada vez más difícil la victoria por tierra. En particular, resultó casi
imposible la victoria rápida por tierra: para conseguir una victoria completa
podían necesitarse años, tal vez décadas. Como declaraba en 1577 Alonso
Gutiérrez, consejero naval de Felipe II, sin una flota en los Países Bajos
podía tardarse cincuenta años en reducir a los «rebeldes»”
En 1643 Felipe IV ordena a Francisco
de Galarreta que inicie las conversaciones de paz. En 1648 se firma el tratado de Münster entre España y las Provincias
Unidas, este era una parte de la Paz de Westfalia que ponía fin a la Guerra de
los Treinta Años, en el que se reconoce la independencia de las Provincias
Unidas.
La monarquía hispánica deja de ser una potencia hegemónica y Holanda se convierte en potencia internacional.
Conclusiones
Las causas principales que provocaron la guerra fueron:
1º.- Políticas: Felipe II era considerado por los flamencos
como un rey extranjero.
2º.- Económicas: la guerra entre Suecia y Dinamarca cerró las importaciones
de trigo del Báltico, provocando carestía de los alimentos. Los calvinistas
aprovecharon la crisis para criticar el lujo de la Iglesia.
Además la corona tuvo que pagar al ejército que combatía a los corsarios
ingleses, por los que el Duque de Alba tuvo que recaudar impuestos para sufragar a los Tercios de Flandes.
3º.- Religiosas: defensa del calivinismo por los sublevados frente a los
decretos tridentinos de Felipe II.
Las
clases dominantes y la nobleza flamenca se opusieron a que los 3 grandes
obispados se reorganizaran en 17 más pequeños.
4º.-
Sociales: malestar creado por la represión llevada a cabo por el Duque de Alba.
Según
la mayoría de los historiadores las causas del desastre bélico español se debieron a la ruina financiera de la Monarquía, la crisis demográfica (ante las
epidemias que asolaron los territorios peninsulares e italianos), y a la
adversa coyuntura económica, a esto se
opone Fernando González de León, según su tesis, los
oficiales hispanos fueron los que llevaron a sus hombres al desastre, por ser
incapaces de poder hacer frente a los más preparados y altamente
capacitados oficiales que estaban en servicio en los ejércitos rivales, ya que
Felipe II comenzó a asignar los altos cargos a los herederos de las grandes
familias tituladas de Castilla, así como las nefastas elecciones del archiduque
Alberto, que promovió a toda una serie de jóvenes adolescentes solo para poder
complacer a sus ilustres padres, lo que provocó un
fuerte resentimiento entre los profesionales, que se veían injustamente
relegados de los puestos de mando, obligándolos en varias ocasiones a dejar el
servicio, privando al ejército de gran parte de sus hombres más expertos y
hábiles. Esta teoría adolece de rigor, ya que, según Davide Maffi, González de León no indagó suficientemente en
los archivos militares españoles ni en el archivo de Simancas.
Referencias bibliográficas
- Crespo Solana, Ana y Herrero Sánchez, Manuel (coor) . España y las 17 provincias de los Países Bajos: una revisión historiográfica (XVI-XVIII), Vol. 1, Córdoba: Universidad de Córdoba: 2002 pp. 3-14.
-Domínguez Ortiz. “El Antiguo Régimen: Los Reyes Católicos y los Austrias” en Historia de España (Dir. Miguel Artola). Madrid: Alianza Editorial, 1999, pp. 88-95.
-Fernández Álvarez, Manuel. “La cuestión de Flandes (siglos XVI y XVII)”. Studia historica. Historia moderna, 4, (1986), pp. 7-16.
-González de León, Fernando. The Road to Rocroi. Class, Culture and Command in the Spanish Army of Flanders, 1567-1659, Leiden-Boston: Brill, 2009.
-Menéndez Pidal, Ramón. “España en tiempo de Felipe II” en Historia de España. Tomo XIX, Vol. 1. pp. 705-811. Vol. 2, pp 397- 432. Madrid: Espasa-Calpe, 1958,
-Parker, Geoffrey. El ejército de Flandes y El Camino Español 1567-1659: La logística de la victoria y derrota de España en las guerras de los Países Bajos. Madrid: Alianza Editorial, 2000.
AUTOR: MIGUEL PEREIRO
Referencias bibliográficas
- Crespo Solana, Ana y Herrero Sánchez, Manuel (coor) . España y las 17 provincias de los Países Bajos: una revisión historiográfica (XVI-XVIII), Vol. 1, Córdoba: Universidad de Córdoba: 2002 pp. 3-14.
-Domínguez Ortiz. “El Antiguo Régimen: Los Reyes Católicos y los Austrias” en Historia de España (Dir. Miguel Artola). Madrid: Alianza Editorial, 1999, pp. 88-95.
-Fernández Álvarez, Manuel. “La cuestión de Flandes (siglos XVI y XVII)”. Studia historica. Historia moderna, 4, (1986), pp. 7-16.
-González de León, Fernando. The Road to Rocroi. Class, Culture and Command in the Spanish Army of Flanders, 1567-1659, Leiden-Boston: Brill, 2009.
-Menéndez Pidal, Ramón. “España en tiempo de Felipe II” en Historia de España. Tomo XIX, Vol. 1. pp. 705-811. Vol. 2, pp 397- 432. Madrid: Espasa-Calpe, 1958,
-Parker, Geoffrey. El ejército de Flandes y El Camino Español 1567-1659: La logística de la victoria y derrota de España en las guerras de los Países Bajos. Madrid: Alianza Editorial, 2000.
AUTOR: MIGUEL PEREIRO
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