viernes, 21 de diciembre de 2012

LA RESTAURACIÓN


        La Restauración abarca desde el 29 de diciembre de 1874, fecha del triunfo monárquico a favor de Alfonso XII en Sagunto, hasta septiembre de 1923 con el acceso al gobierno, por medio del golpe de estado, de Miguel Primo de Rivera. En este período la política gravita en torno al sistema canovista. Cánovas del Castillo, creador de la Unión Liberal fue a quien Isabel II asignó para liderar el partido Alfonsino, durante el Sexenio revolucionario. Una vez logrado su objetivo concibe un nuevo sistema político inspirado en el modelo británico. Así, la Monarquía parlamentaria bicameral y el bipartidismo, acaban con el sistema unipartidista. En 1876 se aprueba la Constitución.

Los dos grandes partidos son, por un lado el conservador, presidido por Cánovas del Castillo, que está integrado por moderados de la época isabelina. Lideran la política durante la Restauración hasta que, a fines de siglo, surgen problemas internos que provocan la escisión. Aparecen, entonces, los reformistas liderados por Silvela.

            Por otro está el partido liberal liderado por Sagasta, su base se corresponde con los progresistas de la época de Isabel II junto a radicales y unionistas. Durante los años en que ocupan el poder incorporan leyes avanzadas como el sufragio universal.
Ambos partidos se suceden en el poder a lo largo del reinado de Alfonso XII.
Tras un primer momento donde se logra alcanzar cierto grado de estabilidad y orden público al poner fin a la guerra carlista y pacificar Cuba mediante el tratado de Zanjón, le sigue una etapa donde los problemas de tipo político, social, educativo, etc. crecen, a lo que se une el falseamiento y manipulación de elecciones. La figura del cacique, de acuerdo con las fuerzas vivas del pueblo (cura, maestro, etc) consigue influir en la población para que vote a uno u otro partido. Estos pucherazos hacen que el pueblo se desentienda de la política, huyendo a los partidos de la oposición. El objetivo está logrado. Se produce una alternancia en el poder ejercido casi siempre por los mismos. Mientras, la política va decayendo, los trabajadores se acercan a las asociaciones obreras que adquieren gran fuerza.

            1898 es un año que marca un antes y un después en la historia de España, ya que, desde el punto de vista interno, supuso el fin de la Restauración, el brote de los nacionalismos, la trasformación socioeconómica, el nacimiento del sindicalismo, y la alternancia de partidos entre conservadores, con Cánovas a la cabeza, y los liberales, con Sagasta.

Soldados de la Guerra de Cuba

            En cuanto a la política exterior, se produce el fin del imperio colonial español. Así, con el Tratado de París de 10 de diciembre de 1898, España renuncia definitivamente a su soberanía sobre Cuba, cede a Estados Unidos las islas Filipinas, a cambio de veinte millones de dólares, así como Puerto Rico.
            En 1899 con el Tratado hispano-alemán, España cede a Alemania las islas Marianas (con la excepción de Guam), las Carolinas y las Palaos, a cambio de quince millones de dólares.
            La enajenación de nuestros territorios de ultramar provocó una profunda crisis en los intelectuales españoles, hasta el punto de denominarse a ese grupo de literatos, pensadores y ensayistas, la Generación del 98.
            Joaquín Costa asimiló la Restauración con “oligarquía y caciquismo”.

            El reinado de Alfonso XIII fue muy convulso: inestabilidad gubernamental, derrotas militares en Marruecos que acabaron por provocar la Semana Trágica en 1909, al negarse los soldados en Barcelona a ser enviados a aquella guerra en África.
 Además se aprobó la Ley del Candado, por la que los gobernadores civiles regulaban el derecho de asociación.
Una serie de hechos, como el de que en 1917 se hicieran más fuertes las reivindicaciones autonomistas, el crecimiento de la conflictividad social, el que en julio de 1921 se produjera el Desastre de Annual y el que el presidente Eduardo Dato fuera asesinado por los anarquistas, provocaron que se produjera el golpe de Miguel Primo de Rivera en 1923.
A partir de este momento tiene lugar la militarización de la administración pública. Para solucionar los problemas principales que desestabilizaban la gobernabilidad de la nación, Primo de Rivera declaró el estado de guerra en Cataluña y solucionó la cuestión de Marruecos con el exitoso desembarco de Alhucemas.
Una vez resuelto esto, sustituyó la Dictadura militar por una Dictadura civil.
Durante su gobierno acometió numerosas reformas que modernizaron el país desde el punto de vista económico.
En 1926 fracasó el pronunciamiento republicano de la “Sanjuanada”, finalmente, en enero de 1930,  Miguel Primo de Rivera presentó su dimisión. La oposición contra Alfonso XIII siguió creciendo.
En 1931 firman el Pacto de San Sebastián tres  generaciones de intelectuales: la de 1898, encabezada por Ángel Ganivet con su Idearium español, esta generación estuvo formada por escritores como Pío Baroja, Azorín, Unamuno, Valle-Inclán, Ramiro de Maeztu y Antonio Machado; la de 1914, Juan  Ramón Jiménez, Ramón Pérez de Ayala, José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Ramón Gómez de la Serna  y Gabriel Miró, y la de 1927, con Federico García Lorca, Rafael Alberti, Dámaso Alonso, Jorge Guillén y  Vicente Aleixandre.
El 14 de abril de 1931 se proclama la 2ª República.

Referencias bibliográficas
-LARA MARTÍNEZ, Laura y LARA MARTÍNEZ, María. “La Restauración: fase de crisis y desintegración (1898-1931)”en  www.liceus.com

-MOLAS RIBALTA, Pedro. Manual de Historia Moderna de España. Madrid: Espasa Calpe, 1988.

AUTORES: Cesar, Sergio, Miguel y Belén

martes, 4 de diciembre de 2012

ÚNICA CONTRIBUCIÓN Y CATASTRO DEL MARQUÉS DE LA ENSENADA


La intención del marqués de la Ensenada con su proyecto de Catastro era simplificar las rentas provinciales y sustituirlas por una Única Contribución que estuviera en proporción a lo que cada uno tenía, con esto se evitaría que la imposición recayera únicamente en el pueblo llano, librándose la nobleza y el clero.

     

El marqués de la Ensenada

En España se realizarán tres catastros a lo largo del siglo XVIII:

1)      El catastro de Patiño, en Cataluña (1715-1716).
2)      El catastro de Ensenada, en los reinos de Castilla y León (1749-1757) aunque nunca llegó a llevarse a cabo.
3)      La Planimetría General de Madrid (1749-1752), en la capital.

            Para averiguar lo que tenía cada uno, era preciso investigar los bienes de todos los vasallos, incluidos los nobles y los eclesiásticos.

En lo relativo a la riqueza averiguada, ésta se organizaría en dos ramos: el de lo real (bienes y derechos) y el de lo industrial-comercial (utilidad o lucro derivados de la actuación profesional, fuese de tipo artesanal, liberal o comercial).

El Catastro, pues, eran las declaraciones de bienes de los titulares, que eran comprobadas por la Administración con ayuda de peritos y técnicos, constitución de los libros donde se registraba todo, cálculo de valor fiscal de esos bienes y establecimiento de los estadillos de resumen de cada pueblo y de cada provincia. Todo esto para calcular las rentas locales, provinciales (consistentes en alcabalas, millones, cientos, etc.) y la del Reino.

Para ello se crea la Real Junta de la Única Contribución, con sede en Madrid, en el palacio del Buen Retiro, que dependía del Rey y estaba formada por miembros de los Consejos e Intendentes provinciales (posteriormente formarán parte de Contadurías Provinciales), que tenían a su vez oficiales a su cargo para que confeccionaran los libros en los que se registraban los asientos, como garante público estaba el escribano. También intervenían geómetras que medían el término, agrimensores que verificaban los datos de cabida de tierras y casas, asesores jurídicos y alguaciles. Para eludir las suspicacias del Clero, se pone al frente al Inquisidor General. Su secretario Bartolomé Sánchez de Valencia, que había dirigido la operación piloto en Guadalajara, es el alma de todo el proceso. También es fundamental el marqués de Puertonuevo, que actuó de analista, consultor y asesor. Todo ello a cuenta del Erario Real.
  
Aunque el marqués de la Ensenada cayó en 1754, el proyecto continuó, y en 1756 el trabajo ya estaba prácticamente terminado, con excepción de Murcia y de Madrid, esta última debido a que las élites intentaron ocultar sus bienes.


Páginas del Catastro

Incluso se obtuvo el Breve del Papa Benedicto XIV autorizando la aplicación de la Única Contribución a los bienes eclesiásticos.

Pero tienen lugar una serie de hechos que impidieron que el proyecto llegara a ponerse en marcha: la muerte de Bartolomé Sánchez de Valencia y la inacción de la Administración por la depresión del Rey Fernando VI tras la muerte de su esposa.

Aunque en tiempos de Carlos III se intenta poner otra vez en marcha, acabará por abandonarse en 1779.

El proyecto costó cinco años de esfuerzo y 40 millones de reales, trabajaron en ello más de 6000 hombres, los peritos fueron más de 90.000 fueron registradas más de 7 millones de personas. Fue un trabajo exhaustivo sobre el terreno y sobre los archivos.

En resumen: el catastro era una pieza fundamental de modernización, que servía para superar el déficit crónico de las haciendas estatales, conseguir la equidad fiscal entre estamentos (clase sociales) y territorios dentro de un mismo Estado, y como instrumento para conocer el territorio de modo que sirviera para mejorar en el futuro infraestructuras y modernizar la agricultura y la industria

Referencias bibliográficas

-CAMARERO-BULLÓN, Concepción. “El catastro en España en el siglo XVIII” en www.eurocadastre.org (visitado el 28 de noviembre 2012).

DÍAZ LÓPEZ, Julián. “La Única Contribución como objetivo de la política ilustrada. La realización del Catastro de Ensenada en el Valle del Andarax”. Boletín del Instituto de Estudios Almerienses, 14 (1995), pp. 19-41.

-LORENZO CADARSO, Pedro Luis. “Proyecto de la Única Contribución en Zaragoza: el censo de 1733-1734 como fuente para la historia económica y social”. BROCAR, 28 (2004), pp. 195-214.

AUTOR: MIGUEL P.

martes, 27 de noviembre de 2012

PAPEL POLÍTICO DE LAS CORTES DE ARAGÓN

       Las Cortes aragonesas estaban constituidas por cuatro brazos: la alta nobleza, la baja nobleza, el clero y las universidades (municipios). El rey se apoyaba en las Cortes, y estas, a su vez, limitaban el poder real, produciéndose un equilibrio entre rey y reino por medio de la ley. Para comprender esto, debemos acudir a los míticos Fueros de Sobrarbe, por lo cuales los futuros reyes aragoneses estaban obligados a prestar el siguiente juramento: 

          “Nos, que valemos tanto como Vos, que no valéis más que Nos, os juramos como Príncipe y heredero de nuestro Reino con la condición de que conservéis nuestras leyes y nuestra libertad, y haciéndolo Vos de otra manera. Nos no os juramos”. 




Monumento a los míticos Fueros de Sobrarbe


           En época de los Austrias, Aragón continuó con sus propias instituciones y sus propias peculiaridades sociales y económicas, existiendo una relación contractual entre la monarquía y el reino que estaba encarnada en los fueros, aunque el poder fue decantándose más en el rey que en el reino En 1591 se produjo una profunda tensión por las denominadas “alteraciones de Zaragoza”, ya que los organismos políticos no eran capaces de solucionar los problemas que se producían en Aragón. Los aragoneses estaban divididos. 

         Las Cortes se reunieron en Tarazona en 1592, presididas por el arzobispo de Zaragoza, Andrés Cabrera y Bobadilla, y al morir éste, le sustituyó Juan Campi, regente del Consejo Supremo de Aragón. Como resultado se produjeron los siguientes cambios: fin de la ley de unanimidad de individuos y estamentos, se pusieron límites a la presentación de agravios, la Guardia del Reino quedó a disposición del presidente de la audiencia Real, el Justicia de Aragón se declaró revocable a voluntad del rey, se prohibió a los diputados convocar sin permiso del rey a los municipios o particulares, se abolió la libertad de imprenta, el rey podía designar al virrey hasta las siguientes Cortes. Además el servicio al monarca se elevó a 700.000 libras, obligando a los diputados a vender títulos de deuda pública (censales). También se modificaron los “reglamentos” de las Cortes. A pesar de todo mantuvo su identidad foral. La Diputación del Reino realizó una campaña para estimular obras eruditas en las que se corrigieran los errores históricos que perjudicaban a la imagen de Aragón y su proyección hacia el exterior. 

         Durante la época de Felipe II tampoco llegaron a convocarse Cortes, aunque no fue por llevar el monarca una política contraria al ordenamiento jurídico autóctono, sino el caso omiso que la Corte hacía a las inquietudes aragonesas era lo que provocaba el descontento.

        Aunque en época de Felipe III las Cortes no se reunieron, sí se celebraron Juntas o Congregaciones de Brazos. 

       Felipe IV, a partir del proyecto de la Unión de Armas que había planeado el conde-duque de Olivares en el 1625, impulsó una política renovadora y centralizadora. El primer intento para aplicar lar directrices de la nueva política gubernamental será la convocatoria de las cortes de Barbastro, finalizadas en Calatayud en 1626 y que tuvo como resultado que las universidades (municipios) se opusieran a la desmesurada contribución, ya que los aragoneses se encontraban en una situación económica desesperada. Pero las Cortes se habían comprometido a pagar 144.000 libras jaquesas anuales durante quince años, además de lo que les requiriese la monarquía para los conflictos armados. Los estamentos del reino en las Juntas de Zaragoza de 1634, se habían negado a contribuir alegando los acuerdos y condiciones de las últimas Cortes. En 1635 se declaró la guerra entre la monarquía francesa y española, con el consiguiente peligro de invasión. Pero los aragoneses no se comprometieron a contribuir nada de lo que no estuviera establecido por los acuerdos de 1626. La monarquía hispánica también se enfrentaba a una situación internacional complicada, por un lado estaban las maniobras de la cancillería francesa, por otro el agravamiento en los asuntos del principado catalán, ambas cuestiones otorgaron a Aragón un papel estratégico. 

         En septiembre de 1640 las instituciones aragonesas mediaron diplomáticamente entre las partes, pero sus esfuerzos fueron infructuosos, ya que Aragón no podía evitar inclinarse más hacia la parte catalana que hacia Felipe IV. La monarquía se encontró con problemas en las cortes de Castilla, con la revolución de Pau Claris en Cataluña y con las cortes de Lisboa en las que Joao IV fue proclamado rey de Portugal. Además estaba Navarra que había solicitado celebrar cortes en 1641. El marqués de los Vélez entró en Tortosa con su numeroso ejército. Los franceses entraron, por su parte, en el Rosellón. Esto hace que se alteren las negociaciones. El que los catalanes se inclinaran hacia los franceses provocó que los aragoneses se distanciasen de ellos. 
Pau Claris

           El virrey de Aragón apremió para que los representantes aragoneses adoptaran una postura. Los diputados consultaron a los abogados del reino para conocer como podían defender la Monarquía sin menoscabo de sus derechos forales. El virrey consintió derogar la prohibición del fuero de Tarazona de 1592, se consultó a la Corte del Justicia de Aragón, mientras que proseguían las negociaciones diplomáticas entre las instituciones aragonesas y los consellers de Barcelona y los diputats de Cataluña. Pero los catalanes intentaron convencer a los aragoneses de que libraran de Castilla para así conservar sus privilegios. Al final Aragón se avino a aportar hombres y dinero al ejército de la Monarquía. Mientras tanto los franceses avanzaban en Cataluña y amenazaban invadir Aragón. El ejército franco-catalán se dedicó al saqueo y pillaje. 
          Felipe IV convirtió Zaragoza en corte y plaza de armas. Se perdió Perpiñán y el Rosellón. Ante tal difícil situación, el monarca tuvo que demandar más ayuda y Aragón aceptó. El propio Justicia de Aragón publicó un bando en el que animaba a salir a socorrer la frontera. Cuando el ejército de Felipe IV venció en Urgel, los aragoneses se sintieron animados y la Junta de los cuatro estados prorrogó las sisas (impuestos sobre el consumo) del servicio. 

           En 1646 volvieron a convocarse las Cortes para intentar resolver los muchos problemas que no terminaban de resolverse. 

           De 1677 a 1702, en tiempos de Carlos II, tiene lugar una reactivación parlamentaria. Los que estaban a favor del proteccionismo se enfrentan a los que defienden el libre comercio, pero para resolverlo era necesario que se reunieran las Cortes, en ello jugó un papel importante D. Juan José de Austria. El nuevo funcionamiento de las Cortes pretendía dar un gran impulso a la industria aragonesa frente a la francesa. Por otro lado ya no existían las antiguas tensiones con la monarquía. Las Cortes se reunieron en 1684 y se estimuló la liberalización del comercio. 

          La última vez que se reunieron fue en 1702, fueron presididas por la reina María Luisa de Saboya, se prorrogaron los Fueros y actos de Cortes temporales y donaron a la reina 800.000 reales. En el XVIII las Cortes de Aragón desparecen, ya que una parte de los aragoneses habían apoyado al archiduque Carlos en la Guerra de Sucesión. Los decretos de Nueva Planta abolieron los Fueros en su vertiente pública. 

Referencias bibliográficas

- ARREGUI LUCEA, Luis Felipe. “La curia y las Cortes en Aragón”. Revista de Ciencias Sociales del Instituto de Estudios Altoaragoneses, 13 (1953), pp. 1-36.

-COLÁS LATORRE, G. Y SALAS AUSÉNS, J. A. “Las Cortes aragonesas de 1626. El voto del servicio y su pago”. Estudios del Departamento de Historia Moderna, 4 (1975), pp. 87-139. 

-CORONA MARZOL, Carmen. “Origen i evolució de les institucions polítiques a la Corona d’Aragó” en Història de la Corona d’Aragó. Ernest Belenguer Cebrià (coor.). Barcelona, 2007, pp. 73-94. 

GIESEY, R. A. If not, not. The Oath of the Aragonese and the legendary laws of Sobrarbe. New Jersey: Princeton, 1968. 

-GIL PUJOL. Francisco Xabier. De las alteraciones a la estabilidad Corona, Fueros y Política en el reino de Aragón, 1585-1648 (Tesis Doctoral) Barcelona, 1988. Un resumen de su Tesis Doctoral en Pedralbes, 10 (1990), pp. 217-224. 

-GIL PUJOL, Francisco Xabier. “Las Cortes de Aragón en la Edad Moderna: comparación y revaluación”. Revista de las Cortes Generales, 22 (1991), pp. 79-122. 

-GIL PUJOL, Francisco Xabier. “Parliamentary life in the Crown of Aragon Cortes, Juntas de Brazos, and other Corporative Bodies”. Journal of early modern history, V-7, 4 (2003), pp. 362-394. 

-LALINDE ABADÍA, J. Los Fueros de Aragón. Zaragoza: Librería General, 1978. 

-SOLANO CAMON, Enrique; SANZ CAMANES, Porfirio. “La monarquía hispánica y el reino de Aragón en tiempos de crisis. La década de 1640”. Cuadernos de Historia de España, 76 (2000), pp. 239-254.

 -www.enciclopedia-aragonesa.com/voz.asp?voz_id=4319 (visitado 14/11/2012)

AUTOR: Sergio

viernes, 9 de noviembre de 2012

¿QUIEN FUE MANUEL DE LIRA?


       D. Manuel Francisco de Lira y Castillo siguió la carrera militar, hasta que el rey demandó su presencia para ejercer tareas diplomáticas en Holanda.

               A mediados del XVII La Haya era el centro de la actividad diplomática en Europa. En 1671, Manuel de Lira, apoyado por Pedro de Aragón, el Duque de Osuna, el Duque de Alba y el Duque de Medinaceli, sustituyó al embajador D. Esteban Gambarra en su cargo.

                Manuel de Lira era un diplomático de primer orden, con amplios conocimientos sobre la hacienda y la defensa. Fue Ministro de la corte de España en la República de Holanda, donde residía en 1672. A finales de ese año firmó la Liga de Augsburgo contra Luis XIV de Francia.

                 En agosto de 1673 asistió en calidad de Enviado extraordinario de España a la Alianza con los Estados Generales de las Provincias Unidas que se celebró en La Haya.

Su estancia en Flandes le hizo admirar la laboriosidad y organización de los holandeses, tal y como podemos leer en un memorial dirigido al rey en el que decía:

            “Sería de desear que todos los soberanos y sus ministros fuesen a Holanda a tener su noviciado. Allí verían la dulzura de su gobierno empleado únicamente en la felicidad de los habitantes, en la observancia de sus leyes y costumbres, en el fomento de la virtud, de las manufacturas, del tráfico y del comercio”.

               En 1677 fue nombrado caballero de Santiago.

                Al morir D. Bartolomé de Legasa, volvió a España en 1679 y el rey Carlos II le nombró su Secretario de Estado en Italia. Fue también Secretario del Despacho Universal de Estado en 1690.



Carlos II

                      Acompañó al rey Carlos II en su viaje a Valladolid para recibir a la reina Dña. Mariana de Baviera y Neoburg.

                Dña. Mariana era intrigante y ambiciosa y comenzó a ejercer su influencia sobre el Rey. La reina y sus partidarios comenzaron a intrigar contra el Conde de Oropesa, que era  presidente del Consejo de Castilla y primer ministro del Rey, y contra su mano derecha, don Manuel de Lira. Esto, unido a que el marqués de Gastañaga, amigo de Manuel de Lira, tuvo ciertas discrepancias sobre el Gobierno de Flandes, empujó a éste a escribir una carta al rey en la que explicaba que había servido al rey durante cuarenta años en perjuicio de su hacienda y su salud, teniendo que renunciar a su vocación militar para dedicarse a la diplomacia y a la política. Finalmente le rogaba que aceptara su renuncia:

“Señor: quarenta años he servido á V.M. con desperdicio de mi hacienda y de mi sangre. Sacóseme de la profesión Militar á la política de las Embaxadas, y de ésta á la del Ministerio en los empleos de Secretario de Estado y del Despacho Universal, en que he continuado con el zelo y desinterés, de que tengo en V.M. mismo el mas auténtico y mas autorizado testimonio. De resultas de mis heridas me ha faltado enteramente la vista; aumentándoseme otros accidentes ya habituales y repetidos, que necesitan de larga y dudosa curación; no es culpa, sino mérito, mi propia inutilidad, que me obliga con violencia á representar á V.M. con respeto y dolor profundo, para no quedar con el cargo de querer proseguir en los que por falta de mi salud no soy ya capaz de exercer, que es la última fineza que en servicio de V.M. puede dar de sí mi obligación y mi obsequioso reconocimiento. Espero de la suma justificación y grandeza de V.M. que reciba benignamente este sacrificio de mi amor y fidelidad, doliéndose del estado en que quedo, cargado de servicios, obligaciones y de accidentes. N.Sr. guarde la C.R. persona de V.M.,&c”.

            El rey admitió la dimisión, otorgándole una plaza en el Consejo y Cámara de las Indias y otros beneficios, que disfrutó brevemente ya que murió al poco tiempo.

            Manuel de Lira fue un magnífico diplomático, inteligente, consciente de las limitaciones económicas de España, y pendiente en todo momento de salvaguardar la seguridad española.

Referencias bibliográficas:

Abreu y Bertodano, Joseph de Antonio de. Colección de los tratados de paz de España. Reynado de Carlos II. Parte II. Madrid: Antonio Marín, Juan de Zúñiga y Vda de Peralta, 1752, p. 399.

Álvarez y Baena, Joseph Antonio. Hijos de Madrid: ilustres en santidad, dignidades, armas, ciencias y artes; diccionario histórico por el orden alfabético de sus nombres, que consagra al Illmo. Y nobilísimo Ayuntamiento de la Imperial y Coronada Villa de Madrid. Vol. IV. Madrid: Benito Cano, 1796, pp. 7-10

Gardiner Davenport, Frances. European Treaties Bearing on the History of the United States and Its Dependencies to 1648. Washington: Carnegie Institutio of Washington, 1917-1937, reed. The Lawbook Exchange, Ltd, 2012.

Herrero Sánchez, Manuel.Las Provincias Unidas y la Guerra de Sucesión Española” Pedralbes, 22 (2002), pp. 131-152

Léonardon, Henri. “Relation du voyage fait en 1679 au-devant et à la suite de la reine Marie-Louse d´Orléans, femme de Charles II” en Bulletin Hispanique Vol. 4, Nº 4-3, Burdeos: Feret & Fils, 1902, pp. 247-255.

Nueva Enciclopedia Larousse, 2ª ed. 1982, tomo 12, p. 5854.

Príncipe Adalberto de Baviera y Gabriel Maura Gamazo. Documentos inéditos referentes a las postrimerías de la casa de Austria en España. Madrid: Real Academia de la Historia. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2004.

Salinas, David. “La diplomacia española a través de los embajadores en La Haya (1665-1700). Bulletin Hispanique (1988), Vol. 90, nº 90-3-4, pp. 363-373.

Sempere y Guarinos, Juan.Representación de don Manuel de Lira sobre comercio y finanzas de España”. Biblioteca española económico-política,Tomo IV, Madrid, 1921.

AUTORA: BELÉN HOLGADO

EL FINAL DE LA HEGEMONÍA DE FELIPE IV (1621-1665)


            No se puede entender el reinado de Felipe IV sin tener en cuenta la influencia del conde-duque de Olivares, valido durante el periodo que va de 1621 a 1643.

            El conde-duque de Olivares era considerado por el rey como su más fiel amigo y consejero. Era un hombre muy culto, ambicioso, y con una enorme capacidad de trabajo. Sus ideas principales fueron el conseguir que los Austrias recuperaran el prestigio perdido y la puesta en marcha de una serie de reformas tendentes a lograr una monarquía más igualitaria entre unos reinos y otros.



Conde-Duque de Olivares


            Su programa de reformas se refleja en el Gran Memorial de 1624, que era un escrito dirigido al rey o a sus instituciones en el que se proponían los cambios necesarios, y abarcaba cuestiones sociales, económicas y de organización de los reinos. Para ello había que tomar una serie de medidas, como era el aumentar el poder del rey y acercar a los otros reinos al “estilo y leyes de Castilla”. Esto es muy importante, ya que por primera vez se pensaba en crear un reino unido y sin aduanas.

            También intentó poner e práctica la Unión de Armas para mejorar la capacidad militar, así el rey no tendría que contar con la aprobación de las diferentes cortes para tener hombres y dinero.

            Pero los reinos no castellanos se opusieron, por lo que se retiró el proyecto.

            El reinado de Felipe IV coincidió con la terrible guerra de los Treinta Años, cuyos motivos fueron religiosos, políticos y dinásticos.

La monarquía hispánica combatió contra los levantiscos flamencos y, hasta 1627, se sucedieron las victorias, produciéndose la célebre toma de Breda.

En 1625 entró en guerra la protestante Dinamarca y, en 1630, también lo hizo Suecia.

Francia intervino a favor de los enemigos de Felipe IV, ya que temía el poderío de la monarquía hispánica. La región italiana del Monferrato cayó en manos francesas, por lo que comenzaron las hostilidades contra Francia, Venecia y el Papado.




Felipe IV

En 1627 se declara la bancarrota. Los genoveses, antiguos prestamistas de la corona, ven peligrar su posición ante el avance de los banqueros portugueses, judíos  conversos que tenían ramificaciones familiares por toda Europa.

En 1634 el cardenal-infante Fernando de Austria, hermano de Felipe IV y gobernador de Flandes, consigue la victoria de Nördlingen.

Cuando Francia declara la guerra, la monarquía hispánica estaba exhausta después de tantos años de contienda en los diferentes frentes.

En 1648 finaliza la Guerra de los Treinta Años con la Paz de Westfalia, con ella termina una Europa católica unida. A partir de este momento la monarquía hispánica se convierte en una potencia más.

Como Francia no reconoció el acuerdo, continuó la guerra hasta que en 1659 se firmó la Paz de los Pirineos. En la misma se convino el matrimonio entre la hija de Felipe IV, Mª Teresa de Austria, y el rey Luis XIV de Borbón.

Desde el punto de vista interno, también se produjeron revueltas en Cataluña, Andalucía, Nápoles y Portugal, ya que se oponían a pagar los altos tributos.

En Cataluña llegaron a declararse independientes y ponerse bajo la protección de Luis XIII de Francia, éste aprovechó la ocasión y se autoproclamó Luis I de Cataluña.

Pero Francia también tenía sus propias luchas internas, así que Felipe IV formó un ejército al mando de Juan José de Austria y Cataluña volvió al seno de la monarquía hispánica.

Los portugueses se sublevaron porque la corona era incapaz de proteger a los mercantes portugueses de los ataques holandeses en las colonias, además veían que eran desplazados de los puestos de responsabilidad.

En 1640 asesinaron a Miguel de Vasconcelos, y el duque de Bragança, Don Juan, pasa a ser Juan IV.

Aunque en 1660 se intentó recuperar Portugal, ya era imposible, porque ésta había estrechado lazos con Inglaterra para obtener protección a cambio de ventajas comerciales en sus colonias.

La guerra con Portugal terminó en 1668 con el Tratado de Lisboa.

En Andalucía el duque de Medina Sidonia, nieto del duque de Lerma y cuñado de Juan IV de Portugal, reunió a varios nobles andaluces y conspiraron contra el conde duque de Olivares, pero fueron descubiertos y castigados.

En Nápoles, en 1647 se produjo la revuelta de Masaniello motivada por el alza de impuestos y el hambre.

Durante el denominado segundo reinado de Felipe IV se produjo la caída de Olivares, la Paz de Westfalia y el compromiso con Francia de 1659. Luis de Haro se convirtió en nuevo valido junto con María Coronel, también llamada Sor María de Agreda. Aconsejó que se adoptaran las medidas de austeridad y que se combatiera la corrupción. Pero continuaban las guerras y la  situación económica era desastrosa. El rey perdió el afecto del pueblo.

En 1665 murió Felipe IV.

Referencia bibliográfica

Alonso García, David. La breve historia de Los Austrias. Madrid: Nowtilus, 2009, pp. 147-177.

AUTOR: CESAR MALO

domingo, 28 de octubre de 2012

LA REBELIÓN DE LOS PAÍSES BAJOS Y LA GUERRA DE LOS 80 AÑOS


Descripción   
Nos encontramos en 1560, los Países Bajos, compuestos por 17 provincias federadas que tenía una boyante burguesía, se encuentran bajo la regencia de Margarita de Parma, hermana bastarda de Felipe II.



Felipe II es considerado un rey extranjero, ni siquiera es capaz de pronunciar su discurso ante los Estados Generales en el idioma de la tierra, y hubo de dejarlo a cargo de Granvela.
Ciertos nobles, comerciantes y marinos se sienten discriminados por los españoles, la regente les llama “limosneros”, y ellos se autoproclaman, irónicamente, “mendigos”.
El calvinismo, muy acorde con el capitalismo, adquiere un gran predicamento entre los burgueses y comerciantes de la zona norte, que se resistían a pagar los impuestos a la corona.


La guerra
            En 1566 la pequeña nobleza presenta a la regente el Compromiso de Breda para que la Inquisición fuera abolida.
            En verano del mismo año se producen disturbios cuando los calvinistas asaltan iglesias y destruyen imágenes, así que Felipe II decide enviar al duque de Alba para reprimir a los rebeldes. Pero antes de que llegue, la regente consigue apaciguar la zona y envía mensaje a su hermanastro para decirle que no es necesaria la presencia del Duque de Alba.
El gobernador de Brabante y Artois, Conde Egmont, general católico flamenco al servicio de Felipe II que había ayudado a derrotar a los franceses en la Batalla de San Quintín, viaja a Madrid para convencer a Felipe II de que debe ser más tolerante con los protestantes, pero fracasa.
El Duque de Alba a pesar de la solicitud de la regente, crea el Tribunal de los Tumultos (o de la sangre, según los flamencos) cita a los nobles flamencos con la excusa de informarles sobre las órdenes del rey, entonces detiene al general Egmont y a Horn y los decapita en la Gran Plaza de Bruselas junto a algunos hugonotes.
El príncipe Guillermo de Orange financia desde Alemania a los llamados “Mendigos del mar”, mercenarios alemanes y, en 1568 estalla la que se ha denominado “La Guerra de 80 Años”, cuyo inicio tiene lugar en la batalla de Heiligerlee (Holanda), en la que las tropas de Luis de Nassau, hermano de Guillermo de Orange, vencen a las tropas españolas.






Batalla de Heiligerlee



Durante los años siguientes Luis de Requesens, Juan de Austria y Alejandro Farnesio fracasan en el intento de mantener Flandes bajo dominio español.
Cuando Felipe II muere, deja como herederos de los Países Bajos a su hija Isabel Clara Eugenia y a Alberto de Austria, aunque se limitaba al sur católico, (actual Bélgica). 
Felipe III firma en 1609 la Tregua de los Doce años con los holandeses. 
En 1639 se produce la derrota de la armada española en la batalla de las Dunas.
Geoffrey Parker escribe que “El no haber conseguido mantener una flota en el mar del Norte fue decisivo para los intentos españoles de dominar la rebelión de las provincias marítimas de los Países Bajos, ya que en el transcurso del siglo XVI diversos cambios e innovaciones profundas en la organización militar de Europa y en los métodos militares hicieron que fuera cada vez más difícil la victoria por tierra. En particular, resultó casi imposible la victoria rápida por tierra: para conseguir una victoria completa podían necesitarse años, tal vez décadas. Como declaraba en 1577 Alonso Gutiérrez, consejero naval de Felipe II, sin una flota en los Países Bajos podía tardarse cincuenta años en reducir a los «rebeldes»”
            En 1643 Felipe IV ordena a Francisco de Galarreta que inicie las conversaciones de paz. En 1648 se firma el tratado de Münster entre España y las Provincias Unidas, este era una parte de la Paz de Westfalia que ponía fin a la Guerra de los Treinta Años, en el que se reconoce la independencia de las Provincias Unidas.
              La monarquía hispánica deja de ser una potencia hegemónica y Holanda se convierte en  potencia internacional. 


Conclusiones
Las causas principales que provocaron la guerra fueron:
1º.- Políticas: Felipe II era considerado por los flamencos como un rey extranjero.
2º.- Económicas: la guerra entre Suecia y Dinamarca cerró las importaciones de trigo del Báltico, provocando carestía de los alimentos. Los calvinistas aprovecharon la crisis para criticar el lujo de la Iglesia.
Además la corona tuvo que pagar al ejército que combatía a los corsarios ingleses, por los que el Duque de Alba tuvo que recaudar impuestos para sufragar a los Tercios de Flandes.
3º.- Religiosas: defensa del calivinismo por los sublevados frente a los decretos tridentinos de Felipe II.
            Las clases dominantes y la nobleza flamenca se opusieron a que los 3 grandes obispados se reorganizaran en 17 más pequeños.
            4º.- Sociales: malestar creado por la represión llevada a cabo por el Duque de Alba.
            Según la mayoría de los historiadores las causas del desastre bélico español se debieron a la ruina financiera de la Monarquía, la crisis demográfica (ante las epidemias que asolaron los territorios peninsulares e italianos), y a la adversa coyuntura económica, a esto se opone Fernando González de León, según su tesis, los oficiales hispanos fueron los que llevaron a sus hombres al desastre, por ser incapaces de poder hacer frente a los más preparados y altamente capacitados oficiales que estaban en servicio en los ejércitos rivales, ya que Felipe II comenzó a asignar los altos cargos a los herederos de las grandes familias tituladas de Castilla, así como las nefastas elecciones del archiduque Alberto, que promovió a toda una serie de jóvenes adolescentes solo para poder complacer a sus ilustres padres, lo que provocó un fuerte resentimiento entre los profesionales, que se veían injustamente relegados de los puestos de mando, obligándolos en varias ocasiones a dejar el servicio, privando al ejército de gran parte de sus hombres más expertos y hábiles. Esta teoría adolece de rigor, ya que, según Davide Maffi,  González de León no indagó suficientemente en los archivos militares españoles ni en el archivo de Simancas.


Referencias bibliográficas

              - 
Crespo Solana, Ana y Herrero Sánchez, Manuel (coor) .  España y las 17 provincias de los Países Bajos: una revisión historiográfica (XVI-XVIII),  Vol. 1, Córdoba: Universidad de Córdoba: 2002 pp. 3-14.

              -Domínguez Ortiz. “El Antiguo Régimen: Los Reyes Católicos y los Austrias” en Historia de España (Dir. Miguel Artola). Madrid: Alianza Editorial, 1999, pp. 88-95.


              -Fernández Álvarez, Manuel. “La cuestión de Flandes (siglos XVI y XVII)”. Studia historica. Historia moderna, 4, (1986), pp. 7-16.


               -González de León, Fernando. The Road to Rocroi. Class, Culture and Command in the Spanish Army of Flanders, 1567-1659, Leiden-Boston: Brill, 2009.


              -Menéndez Pidal, Ramón. “España en tiempo de Felipe II” en Historia de España. Tomo XIX, Vol. 1. pp. 705-811. Vol. 2, pp 397- 432. Madrid: Espasa-Calpe, 1958, 


              -Parker, Geoffrey. El ejército de Flandes y El Camino Español 1567-1659: La logística de la victoria y derrota de España en las guerras de los Países Bajos. Madrid: Alianza Editorial, 2000.


AUTOR: MIGUEL PEREIRO